Nepal se apaga por la falta de combustible

Nepal se apaga por la falta de combustible Living Nepal

Enfoques BLOQUEO INDIO

Nepal se va apagando por la falta de combustible en el país

Pol y Sara han vuelto a Nepal. Esta vez se enfrentan a otra crisis humanitaria: una nación bloqueada por la falta de combustible. 

12 octubre, 2015 01:49

Pol Ferrús y Sara Pavone sobrevivieron al terremoto que devastó Nepal el pasado 25 de abril. Cuando se produjo el primer temblor, ambos se hallaban en diferentes puntos de la montaña. Durante seis días se buscaron el uno al otro de forma agónica por el Himalaya, entre heridos, cadáveres y poblados en ruinas. Se reencontraron al séptimo día en el campamento para refugiados de Dunche. Cuando regresaron a Europa se prometieron que su prioridad sería recaudar dinero, volver cuanto antes a Nepal y ayudar en las tareas de reconstrucción. Sobre todo en las zonas rurales, las más inaccesibles y dañadas por el seísmo. “El dinero no suele llegar a los pueblos de montaña; se queda en Katmandú, la capital. Nosotros queremos ayudar personalmente a los poblados en los que estuvimos atrapados durante el terremoto”, explicaba Pol cuando llegó a Barcelona.

Han tardado medio año en volver. Los monzones azotan Asia durante el verano. Los fuertes vientos y las lluvias torrenciales hacen imposible adentrarse en lo más profundo del Himalaya. Pol y Sara aprovecharon esos meses para fundar la ONG Living Nepal. Organizaron todo tipo de actos para recaudar dinero. Cuando consiguieron 15 mil euros compraron un billete de ida para el 21 de septiembre, montaron una expedición de seis personas y partieron rumbo a Nepal. Su objetivo: reconstruir escuelas en las región de Rasuwa.

Lo que han encontrado al aterrizar en la capital ha sido un país colapsado. Las otrora atestadas y ruidosas calles de Katmandú presentan un aspecto irreal. Por las carreteras no circulan coches ni camiones. Los vehículos forman larguísimas colas en las gasolineras. Los conductores esperan en balde porque no hay combustible para ellos. El 28 de septiembre, el Gobierno decretó la limitación del suministro para los vehículos privados a tres litros por persona y día. Sólo podían repostar con normalidad los servicios públicos como autobuses y ambulancias. La medida iba a tener una vigencia de sólo tres días. Pero ya han pasado más de diez, la gasolina sigue sin llegar y las reservas se están agotando. El día 8 se anunció la suspensión indefinida del suministro para todos los vehículos sin excepción.

Ambulancias paradas

Ya no queda combustible ni para los servicios públicos. Pol explica que “los pocos autobuses que aún circulan llevan gente hasta en el techo; es una locura”. Las ambulancias permanecen paradas en el Hospital Bir de Katmandú. El doctor Swayam Prakash Pandit ha advertido de que la situación es insostenible: “Estamos desplazando a médicos en los pocos autobuses que aún disponen de combustible para poder atender los servicios más urgentes”. Y es que ni siquiera los enfermos pueden llegar a los hospitales. El número de pacientes de este centro ha caído un 50% durante las dos últimas semanas. “Normalmente atendíamos a unas 3 mil personas cada día; ahora la mitad no puede llegar desde sus casas”, explica Pandit.

No sólo las ambulancias están en dique seco. La actividad de los centros de salud al completo empieza a peligrar. "Si la falta de combustible persiste una semana más empezaremos a cerrar los hospitales", avisa el presidente de la Asociación de Médicos de Nepal, Anjani Kumar. Asegura que falta energía para mantener los generadores de servicios como incubadoras y cuidados intensivos. Los medicamentos también empiezan a escasear. “Hay medicinas por valor de millones de rupias que están paralizadas de camino a Katmandú”, se queja en la prensa local Mrigendra Meher Shrestha, presidente de la Asociación de Farmacéuticos de Nepal.

La cordillera del Himalaya vista desde el poblado de Dunche.

La cordillera del Himalaya vista desde el poblado de Dunche. Living Nepal

El gigante se enfada

La razón de la escasez de combustible es que India se ha enfadado y ha cortado el suministro. El motivo es que Nepal acaba de aprobar su nueva constitución. El país ha dejado de ser una monarquía hindú para convertirse en una república federal laica. El último rey, Gyanendra, fue depuesto en 2008. Heredó el poder en 2001 después de que su sobrino, el príncipe Dipendra, asesinase a tiros a su padre el rey Birendra y a otros ocho miembros de la familia real durante una noche de borrachera. Aquella masacre arrebató a la monarquía el halo de divinidad que tenía entre los nepalíes. El suceso y una guerra civil que duró una década y dejó 15 mil muertos, asestó el tiro de gracia a una dinastía que llevaba 240 años gobernando Nepal.

Cayó Gyanendra pero faltaba definir el modelo de nación. Durante estos últimos siete años, los partidos políticos nepalís han intentado concretar una constitución. Sin éxito, dada la dificultad que entraña satisfacer a las más de cien etnias diferentes que coexisten en el país. El terremoto de abril lo cambió todo y concienció a los partidos de que debían acelerar el proceso. La Asamblea Constituyente llegó a un acuerdo el pasado 20 de septiembre y promulgó una nueva carta magna. El documento no gustó a los hindús del suroeste. Las revueltas empezaron de inmediato. En Terai, una región eminentemente hindú, una coalición de partidos llamada Frente Madhesiconvocó una huelga indefinida a modo de protesta. Los enfrentamientos con la policía se han saldado con un balance de 50 muertos.

Nepal es un país con mayoría hindú y la influencia india es omnipresente. Pero las presiones para que Nepal fuese declarado estado hindú no surtieron efecto y fueron rechazadas por más de dos tercios del parlamento. En el gobierno indio no ha gustado perder poder en la toma de decisiones en Nepal. Así, la repuesta de India no se ha hecho esperar y ha ideado un bloqueo encubierto. No puede ejercerlo abiertamente porque estaría incumpliendo una serie de tratados regionales, internacionales y bilaterales. Sin embargo, India es el único suministrador de combustible de Nepal. Ha cerrado ese grifo y así ha logrado paralizar el país entero.

Una casa destrozada por el terremoto, en Syabru Besi.

Una casa destrozada por el terremoto, en Syabru Besi. Living Nepal

Mientras, el gobierno indio niega la mayor. “No hay un bloqueo a Nepal. Ni oficial ni extraoficial”, explica Vikas Swarup, portavoz del ministerio de Exteriores indio. Sí que reconoce que “hay largas colas de camiones esperando a cruzar la frontera”, pero atribuye los retrasos y los atascos a la inseguridad provocada por las revueltas de la región de Terai. “Lo que hay en Nepal es un sentimiento creciente contra India. El gobierno debería hacer algo por acabar con esa inseguridad”, declaró Swarup, que responsabiliza a Nepal de “la agitación que existe al otro lado de la frontera”.

Rumbo a las montañas

El 22 de septiembre, mientras las revueltas crecían en el sur del país, Pol, Sara y los otros cuatro compañeros de su ONG llegaron a Katmandú, ajenos al conflicto. “Enseguida fuimos conscientes de la gravedad del problema. Vimos las carreteras desiertas y las largas colas de vehículos esperando en las gasolineras. Pero a los pocos días hubo un amago de desbloqueo. Tanto los medios de comunicación como los habitantes daban por hecho que iba a empezar a entrar gasolina de inmediato. Como nosotros teníamos un objetivo que cumplir, decidimos confiar y partimos hacia nuestro destino en las montañas”, señala Pol. Así abandonaron la capital rumbo al Himalaya “a través de un camino que sigue destrozado desde abril”, asegura Pol.

Los seis miembros de la expedición llegaron el 6 de octubre a Dunche, el lugar en el que Pol y Sara se reencontraron en un campamento de refugiados tras una semana separados por el terremoto. Y el día 8 llegaron a Syabru Besi, la aldea en la que Pol permaneció seis largos días esperando a Sara. Allí volvieron a revivir viejos fantasmas. “El primer día salimos a inspeccionar la zona y nos sorprendió un nuevo temblor de tierra. Varias piedras se deslizaron montaña abajo y nos vinieron a la cabeza recuerdos terribles”, rememora. No sólo le pasa a ellos. “Los propios habitantes de la zona aún tienen pánico. Hay familias que siguen viviendo en tiendas de campaña porque temen que otra sacudida se lleve por delante una casa de obra”, explica.

Bloqueados en el Himalaya

La situación también es crítica en materia educativa. El seísmo se llevó por delante las pocas escuelas de la región. “Los niños estudian ahora en una especie de barracones improvisados y en unas condiciones lamentables. Hay 2 lavabos para 360 alumnos”, relata Pol, que subraya que el principal objetivo de su ONG es reconstruir las escuelas. El plan de los cooperantes era el siguiente: subir a la montaña, evaluar las necesidades de los poblados, redactar proyectos y presupuestos, decidir qué materiales se requieren, bajar a la capital a comprarlos, volver a subir y reconstruir las escuelas.

Sin embargo, la falta de combustible ha provocado que los planes se hayan truncado. “Ahora todo está parado. Sólo podemos hacer valoraciones y presupuestos, pero no podemos bajar a por los materiales. Apenas queda gasolina. Tal vez habría combustible suficiente para bajar con un Jeep a la capital. Pero no podríamos volver a subir”, explica Pol, que reconoce que la incertidumbre es absoluta: “Vinimos con un billete de ida y un visado de turista hasta 2016. Nuestra intención es quedarnos aquí arriba a trabajar. Pero dependemos de cómo acabe la guerra de la gasolina”. Y es que la carencia de combustible también provoca un incremento de todos los costes. “Los trayectos de taxi que en la capital suelen entre dos o tres euros, ahora pueden llegar hasta veinte euros. Enseguida va a empezar escasear lo más esencial, como alimentos o medicamentos.

Nos lo cobrarán todo más caro que en Europa. Pero el dinero que hemos recaudado lo tenemos que invertir en ayudar, no en mantenernos aquí con unos precios inflados y sin poder trabajar. No somos la Cruz Roja ni una ONG con grandes presupuestos”, argumenta Pol. No descarta, por tanto, marcharse del país, aunque lo contempla como una opción muy remota. Confía en que el conflicto se resuelva, pero reconoce que no tiene elementos para creer que la situación va a cambiar. “Al contrario: las noticias dicen que los hospitales van a cerrar si en diez días no se ha solucionado el problema. La gente tiene mucho miedo porque nadie sabe cómo acabará todo”, asegura.

También reconoce que quedarse en las montañas supone asumir muchos riesgos. “Los caminos están fatal y no es raro que se produzcan nuevos temblores. Si nos ocurriese algo malo, difícilmente iba a poder venir un helicóptero a evacuarnos porque no queda combustible”, asume. Por su fuese poco, la climatología acentúa el problema y ya adelanta que “nos estamos preparando para afrontar el invierno más duro de los últimos tiempos. Va a empezar el frío y las lluvias, y las estructuras que quedan en pie son insuficientes para resistir un invierno en lo más profundo del Himalaya”.